Sufrió bullying durante 12 años, se lo ocultó a su familia y ahora cuenta su historia en un libro
Valentina Mauri tiene 20 años y vivió acoso escolar desde el jardín. “La palabra puede provocar heridas muy graves, como cuchillazos”, afirma.
Doce años de los veinte que tiene Valentina Mauri sufrió acoso escolar. En el jardín de infantes se burlaban sus amiguitas, que la llamaban “anteojuda”. En la primaria era “la gordita fea” y por ende no podía “ser parte del grupo”, y en la secundaria “la chica mansa, vulnerable, que nunca reacciona ni levanta la voz”. Discriminada, aislada, acosada por donde se la mire, Valentina se acuerda cada período escolar como si fuera hoy y de la misma manera recuerda que nunca comentó nada en casa del bullying que sufría, pese a que la familia Mauri siempre fue unida, solidaria y contenedora.
“Está en mis retinas cómo se burlaban en el jardín, lo tengo marcado a fuego, pero también recuerdo que llegaba a mi casa y mis papás, mi abuela, mis hermanas, siempre estaban ahí, cerquita mío y eso me daba mucha paz. Pasaron los años y se repitió el hostigamiento en la primaria y en la secundaria… No sé por qué, se ve que estaba señalada para el acoso, la agresión y la burla. No reaccionaba, me quedaba quieta, paralizada, pero mi cabeza no paraba… Me preguntaba por qué a mí, qué les hice, pero sabía que llegaba a mi casa y todo eso desaparecía”.
Estudiante de Medicina de la UBA, precoz escritora y diseñadora de páginas web, Valentina describe “el trauma” que atravesó en los tres períodos escolares de su vida. “Yo no quería decirles nada a mis padres, porque no quería arruinar esos momentos que, en definitiva, eran los que me daban fuerzas para seguir adelante”. Sin embargo, le costaba encontrar motivos por los que era el blanco preferido para tanta discriminación. “Creo que porque me veían débil emocional, física y visualmente, esto último porque me vestía con un look más formal a pesar de ser chica y era motivo de burlas”.
En la edad en la que se estaba formando, creciendo y desarrollando “es muy doloroso que te ataquen diciéndote ‘Sos tres veces tu hermana’, ‘Da asquito que seas tan blanca’ o ‘Siempre tenés que citar a tu mamá o a tu papá’. Siempre fui fuerte, aguanté y aguanté, pero en un momento, confieso, no lo soporté más, aunque nunca tuve pensamientos depresivos”. Sin embargo sí tuvo temores, desconfianza y crisis de identidad. “Disconforme con lo que veía en el espejo, a los 11 años le pedí a mi mamá que me llevara a un nutricionista, algo poco frecuente a esa edad”.
Valentina siempre tuvo facilidad para escribir, actividad que le apasiona, y participó de distintos concursos literarios. Una noche de desvelo de hace menos de un año, en los albores de la cuarentena, pensó en todo lo que había sufrido, en las situaciones incómodas a las que fue expuesta por sus compañeros de escuela y también en la soledad que la rodeaba. “Empecé a escribir un texto en el celular y me embalé y no paré... Creo que cuando salió el sol tenía escritas unas setenta páginas. Desembuché todo lo que tenía adentro, hice catarsis y sentís un profundo alivio”.
Al día siguiente, repasando lo que había tipeado, se encontró con que tenía un material “pesado”, más de lo que ella suponía y se lo dio a leer a Sofía, su hermana mayor, quien no dudó. “¿Vos sos esta persona, a vos te pasó esto?”. Y luego le dijo: “Acá tenés un rico material para un libro”.
Acto seguido, le alcanzó a su mamá lo que escribió en la noche de insomnio. “¿Dónde estábamos nosotros?”, fue lo que primero le preguntó Mariana, su madre docente, entre sorprendida y culposa. “Estaban acá, conmigo, dándome razones para seguir adelante, para no rendirme, cambiando cada maltrato que recibía en el colegio por un beso, abrazo y un momento juntos”, le respondió.
En medio de la pandemia, a Valentina la angustiaba pasar por este mundo “de manera gratuita, sin dejar nada productivo. Me empecé a hacer la cabeza y pensaba: ‘¿Si me agarro Covid y me muero? ¿Qué cosa productiva dejé en mis veinte años de vida?’. Aclaro que siempre fui una persona exagerada, con tendencia a dramatizarlo todo”, se ríe de ella. “Pero de verdad, quería hacer algo por mí y por los demás, dejar algo”, dice.
Cuatro meses después, en septiembre, la editorial Rincón del Lector había publicado ese texto en formato de libro, “Vive y deja vivir” que también está online. Esa faceta se sumó a otro canal de comunicación que le sirvió a Valentina para abrirse, contar y también recibir: “bullying_estoyconvos”, su perfil en las redes que la convirtió en una referente para jóvenes y adolescentes que recurren a ella para pedirle ayuda y consejos. “Yo a cada uno le aclaro que no soy una psicóloga, que sólo puedo hablar por mi experiencia, que me dejó muy golpeada pero fuerte para dar una mano, que es lo que tanto quiero”.
Terminar la secundaria en una escuela de Avellaneda fue también bajar la persiana “a una pesadilla interminable, ir a clases siempre fue para mí como el fin del mundo”. Sin embargo el estudio fue una vía de escape para evitar estar pensando siempre “en esas palabras que me martillaban”. Reservada, tímida e introvertida, Valentina reconoce que “me costó mucho expresar mis emociones, nunca quise que nadie se diera cuenta y fue un gran esfuerzo”.
Luego de la secundaria, no veía la hora Valentina de buscar otros aires, aunque ya estaba más grande, contaba con otros recursos y se sentía más determinada para defenderse. “Pero quería crecer, dejar el colegio, que para mí fue tortuoso, y mi vida cambió para bien cuando pude contar lo que me sucedía, de manera escrita o verbal”.
A quienes van en su ayuda, lo primero que les dice es que ella no es un ejemplo de cómo aguantar el hostigamiento. “Lo que yo hice estuvo mal, porque no hay que guardarse, ni tragarse, ni esconder el acoso escolar, las agresiones ni las burlas, como si nada, porque puede salir el tiro por la culata. A muchos los escucho desesperados y les insisto para que lo hablen en su entorno familiar, porque son chicos de 10, 11 años, también hay muchos de 15 y 16″, enfatiza Valentina, quien generó una canal de comunicación por Facebook e Instagram.
Además, Valentina se tomó muy en serio su labor de divulgadora y casi como un perro guardián lee y controla los comentarios de los jóvenes que postean imágenes realizando alguna actividad física o cotidiana (como cocinar), “donde se produce la mayor cantidad de agravios. Si alguien publica un paso de baile, se lo critica duramente, o si alguien muestra cómo prepara una torta, lo mismo. Entonces ante cada ataque o expresión de agravio, yo le escribo al agresor explicándole con respeto y paciencia el daño que pueden general sus palabras“.
Habla del “poder nocivo” que puede desprenderse de una palabra y cuenta que está en la recta final de su segundo libro, “Bullying: tus palabras son cuchillos”. A diferencia del primero “acá no soy la protagonista, sino que a partir de estudios e investigaciones describo especialmente situaciones de ciberbullying. La palabra puede provocar heridas muy graves, como cuchillazos, por eso decidí ese título. Muchos agresores no se dan cuenta de que para ellos una palabra de discriminación puede ser una joda, pero para otros adolescentes puede significar un motivo para no querer vivir más“.
Después de un largo derrotero de angustias, inseguridades y “bajísima autoestima”, Valentina dio vuelta la página. “Estoy en pareja hace un par de años, con alguien parecido a mí, que también sufrió, pero hoy siento que tengo otra cabeza, me acepto y me veo mejor, menos cruel conmigo. Estuve casi toda mi vida odiando mi cuerpo, queriendo cambiarlo, hoy disfruto verme al espejo, sacarme fotos y ya no siento la necesidad de esconderme”.